Los seres humanos tenemos una
facultad que nos distingue del resto de especies del mundo animal: la capacidad
de crear nuestros pensamientos, palabras, actitudes y comportamientos. Somos
seres con consciencia, lo cual significa, entre otras cosas, que podemos elegir
a que le damos energía en nuestras mentes. Existe la expresión: “Así como piensas, así es tu vida”.
Según es la calidad de nuestros pensamientos ello determina la calidad de
nuestra vida. Cada ser humano crea su propia realidad según la elección que
realiza a cada momento de acuerdo a su estado de consciencia. Nuestras vidas
son del color de nuestros pensamientos, si pensamos cosas tristes, estaremos
tristes; si pensamos cosas alegres, estaremos contentos; como vemos, nuestra
vida depende de nuestros pensamientos, tal como piensas, así eres.
Hemos de darnos cuenta que no
podemos cambiar las circunstancias que nos rodean ni la realidad que nos toca
vivir, lo único que está en nuestras manos es elegir la forma en que
respondemos a lo que nos sucede. No podemos cambiar nuestro pasado, no podemos
cambiar el hecho de que la gente actúe de cierta forma, no podemos cambiar lo
inevitable. Lo único que podemos hacer es jugar con la única cuerda que
tenemos, y esa es nuestra Actitud. Afirma
Charles Swindoll que la vida es 10% lo que nos ocurre y 90 % cómo reaccionamos
ante ella.
Tal como afirma Steven Covey: “La esencia del ser humano es la capacidad
de dirigir su propia vida”. El ser humano actúa, los animales y los “robots” reaccionan. El ser humano es
capaz de tomar decisiones basándose en sus valores. La facultad de elegir el
rumbo de nuestra vida nos permite reinventarnos a nosotros mismos, cambiar
nuestro futuro e influir con fuerza en el resto de la creación.
“Entre estímulo y respuesta hay un espacio,
en ese espacio reside nuestra libertad y nuestra facultad para elegir la
respuesta. En estas elecciones residen nuestro crecimiento y nuestra libertad”.
La trampa del victimismo
Debido a la actual coyuntura
socio-económica que en la que se encuentra nuestra sociedad hay un “club” que
en la actualidad está aumentando su numero de forma exponencial. El “Club de la queja y el victimismo”. Para ser admitido en este club es necesario
demostrar que se poseen una determinadas actitudes, como por ejemplo: criticar,
destruir, culpabilizar, enfadarse, controlar, reivindicar, insultar, agredir,
etc. Sin duda es muy legítimo querer
formar parte de este club, sin embargo deberíamos preguntarnos a donde nos
acaba llevando esas actitudes y comportamientos.
El resultado es que muchas
personas acaban encerradas en un ciclo vicioso de victimismo que acaba
generando unos sentimientos de frustración, desanimo, desesperanza y depresión. Está bien protestar si vemos injusticias en el
mundo, pero si solo hablamos de lo malo lo perpetuamos y acabamos en un
callejón sin salida.
Como seres creativos que somos,
con consciencia y capacidad de elección, debemos preguntarnos si hay otras
actitudes más positivas y proactivas que nos permitan generar cambios en
nuestro entorno a partir de nuestro interior, dando nuevas respuestas creativas a las
adversidades que estamos viviendo y a los retos y desafíos que nos plantea la
vida.
Cuando cambiamos, el mundo cambia
Al enfocarnos en nuestro propio
espacio interior, podemos ir desarrollando conocimiento y claridad acerca de
nuestra verdadera identidad. De esta manera podemos diferenciar lo que hacemos,
es decir, nuestros roles, de lo que realmente somos. Al conocernos mejor, nos
daremos cuenta de que la manera en que nos vemos a nosotros mismos influye
sobre la manera en que vemos el mundo. Si cambio la visión de mí mismo, el mundo
cambia.
Si queremos conocernos, debemos
aprender a observarnos. Conocernos significa darnos cuenta de que la forma en
que nos vemos a nosotros mismos, influye en nuestra percepción del mundo que
nos rodea. Conocernos significa tomar conciencia de la diferencia entre cuerpo
y alma, entre ser y humano, entre forma y contenido. Conocernos nos permite
retornar a la realidad de nuestra paz interior inherente y volver a experimentar
amor genuino y espiritual hacia nosotros mismos mismo y - como consecuencia -
hacia quienes nos rodean.
Siempre que sea posible,
desconectemos unos momentos del mundo exterior y enfoquémonos en nuestro
interior. Es en el silencio y la calma de nuestra mente donde nos daremos
cuenta de cuál es nuestra verdadera naturaleza original, la de un ser de paz. Así podremos permanecer en
paz con nosotros mismos con el mundo que
nos rodea. A partir de este rencuentro con nuestro ser verdadero, podemos proyectarnos
hacia nuestras relaciones y responsabilidades, en nuestro hogar y en el
trabajo.
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